8.7.06

Buenas tardes, camarada

.II
Cuando recibí aquel telegrama de Aurora esperaba un guiño, acaso un anhelo que dilapidara la distancia: «muero por tocarte. El país marcha. Te extraño. El beso: tuyo. Boris». Era cotidiano elucubrar en claves sutiles nuestra correspondencia. Nada extraño para una pareja distanciada, incluso lugar común en una pareja distanciada por la guerra. Pero ¿cuán típico resultaría para una pareja distanciada por una guerra ajena? No lo sé. Lo cierto era que esa distancia tan impropia sólo exacerbaba dichos deseos. Y pese a todo: no. Ni anhelos, ni besos, ni roces. En su lugar un nudo en mi garganta y seguramente sudor en sus manos. Aun recuerdo el momento en que asía el trozo de papel que contenía el mensaje y mis manos tiemblan.

: Hoy llega Liev. Informa a David. Boris

Ello, desde luego, no pertenecía a ningún tipo de clave amorosa. Sus palabras asumían un peso descomunal en el papel y en mis manos. Un peso casi insostenible. Esta vez sus palabras eran tan diáfanas como desgarradoras. Mi cándida labor de burócrata de guerra al servicio de un imponente fanfarrón terminaba del modo más lamentable. Desde ese día, sin saberlo, al leer dicho telegrama, ya era un espía. Había que informarle de inmediato al Coronel Alfaro.
El Coronel me citó enseguida. Tan pronto se aseara nos encontraríamos en el café que
Se encuentra en la esquina de la plaça del mercat y San Vicente. Para ello faltarían un par de horas. La vanidad del Coronel no le permitiría salir con un sólo cabello fuera de lugar, con una sola mácula en su calzado. Mientras tanto di una caminata por la Ciutat Vella.
Llevaba poco más de una hora caminando sin sosiego. Los demonios en mi cabeza me abatían. Mi paso ya resultaba cansado y me conminaba a urdir multitud de imágenes atroces: Si en algún momento, a partir de entonces, fuésemos descubiertos por el gobierno mexicano —descubiertos en la empresa que iniciamos en el momento de recibir el telegrama—, con seguridad una multitud de personajes poderosos pondría precio a nuestras cabezas. Incluso el presidente estaría dispuesto a firmar algún cheque compensatorio.
Parece absurdo y quizá lo sea, si pensamos en el papel que ha venido jugando Moscú en esta guerra y sobre todo en las relaciones con México. Sin embargo es innegable que Liev ha sido aceptado por Cárdenas y su gobierno, que ahora es un huésped distinguido y en peligro latente y que el gobierno de Cárdenas no reparará en desollar vivo a cualquier traidor de la hospitalidad mexicana. Miedo. Miedo que gotea desde mi pene hasta mojar un poco los calzoncillos. El sol quema desde muy temprano. Necesito refugio.
Barón de Carcer se ha difuminado a mi paso y decido doblar a la derecha. Sistemáticamente encuentro refugio en la esglesia dels Sants Joans. Me introduzco con sigilo: se encuentra vacía por completo. Un recuerdo de la infancia irrumpe mientras me acomodo en una banca. Las iglesias siempre me han brindado un confort extraño. Me imagino devoto y sereno elevando una plegaria pero al instante desbarato dicha idea. Es más bien el confort una de las tantas extrañas enseñanzas de mi padre, quien no dudaba un segundo en introducirse conmigo a cualquier capilla o iglesia durante los largos paseos que acostumbrábamos dar en la ciudad de México.
«Escucha, Javier: a lo largo de la historia los edificios religiosos han tenido un montón de usos. Han sido templos de alabanza, refugios para desvalidos, patíbulos sangrientos, incluso foros políticos, sobre todo foros políticos: ¡pinches reaccionarios! Pero para serte franco, sólo conservan un objeto de utilidad: resguardo después de una larga caminata. Para eso y para mirar cómo derrochaban estúpidamente las riquezas de nuestro pueblo, ahora, convertido en arte». Nunca dudé de ello. Y por supuesto, mi padre era un ateo de cepa. Era entonces ese recuerdo el que me proporcionaba confort. Pero al mismo tiempo las evocaciones paternales me incendiaban la sangre: por él es que estoy aquí. Por él es que llegué hasta el PCM. Por él toda esta cadena en ascendente que me colocó en España, luchando en una guerra que no me pertenece y al mando de un sujeto que a la distancia puede parecer un genio, pero en la convivencia del día a día no es más que un fanfarrón ilustrado.
Ya era tiempo de reunirme con el Coronel.
Llegué a toda prisa. Aunque fue inútil: el Coronel ya se encontraba en el café, con rostro impaciente e irritado. Cuando me presenté ante él, no reparó en mi presencia. Miraba con atención un cartel situado en una de las paredes exteriores. Un monstruo verde y de colmillos afilados encabezando una svástica negra y rota, siendo atravesado desde el hocico por una flecha rojinegra con la leyenda ‘IBERIA’. El cartel era uno de los tantos recursos propagandísticos que las milicias utilizaban para ganar adeptos:

¡compañeros!
ALISTADNOS EN LA
COLUMNA
IBERIA
REFORZAREIS LA
LUCHA CONTRA EL
FACISMO
OFICINA DE ALISTAMIENTO:
PAZ, 29, VALENCIA


—Qué pésima proporción del color. Es un bodrio. Además, la bestia es horrenda. Seguramente yo lo habría hecho mejor. ¿Tú qué opinas, Sarraceno? — me cuestionó sin alcanzar a mirarme.
—Desconozco en lo absoluto la teoría del arte, Coronel. Y para serle franco, tampoco me interesa del todo.
—Me resulta inconcebible que tu padre, el Camarada Jacobo no te haya iniciado en el arte, mi querido Sarraceno. Jacobo nos acompañó en muchos de los trabajos murales que realizamos en años anteriores. Aunque claro, tu padre simplemente fue un ‘buen’ camarada. En fin. ¿Qué es lo que tienes que informarme? —Replicó Alfaro con megalomanía.
—He recibido un telegrama desde México. De Aurora, Coronel.
—¿Y bien? ¿Qué nuevas nos tiene la Camarada Olvera?
—Prefiero que lo mire usted mismo, Coronel.

Le extendí el trozo de papel que contenía el telegrama. Alfaro se colocó unos anteojos ridículos y se dispuso a leerlo: «: Hoy llega Liev. Informa a David. Boris». De inmediato su rostro se enrojeció y dislocó. Apretó con fuerza el telegrama y lo arrojó al suelo. Al igual que yo, sabía perfectamente que su trabajo en las brigadas internacionales sería interrumpido por una misión mucho más importante y vital para su camarilla. La construcción de sus loas y anécdotas heroicas en el frente tendrían que esperar, o en el más lógico de los casos, ser acuñadas por su imaginario. Aguardó en silencio unos minutos. Pidió un café más y continuó mirando los alrededores, impasible, como si jamás le hubiese entregado noticia alguna. Parecía entonces que no le importara en lo más mínimo la llegada de Trotsky a nuestro país.

—¿Sabes? No esperaba tan pronto al muy cabrón. —Espetó, ya sereno— De hecho guardaba esperanzas en que Noruega pudiera al fin asilarlo y protegerlo. Liev en México es para nosotros una bomba de tiempo que puede estallarnos en el rostro, Sarraceno.
—¿Y por qué no lo asilaron en Noruega?
—Trotsky es una bomba de tiempo. Para Noruega hubiese representado un enfrentamiento directo con Moscú. Stalin no va a descansar hasta que muera. Utilizará todos sus recursos políticos y militares para conseguirlo. Asimismo, Noruega está muy cerca de Rusia y sus fronteras son muy porosas; en cualquier momento se habrían infiltrado sicarios y eso habría implicado un conflicto diplomático. Noruega hizo lo que pudo y por fin se purgo de aquel traidor. Lo que no entiendo es cómo el camarada Lombardo permitió que Cárdenas aceptara a Trotsky. ¿Se habrá vuelto loco?
—Quizá el Presidente no le consultó.
—¡Imposible, Sarraceno! No hay ni una sola decisión desde Palacio Nacional que no pase por los oídos de Vicente. Realmente estoy desconcertado.
—¿Que sugiere entonces, Coronel?
—Por lo pronto yo tengo que ausentarme algunos días de Valencia. Quizá salga incluso de España. Pero en un par de horas tengo un encuentro con un camarada inglés, David Crook. Fue enviado por el Kremlin a vigilar a un escritorcillo en Cataluña: George Orwell. ¿Te suena familiar?
—No, Coronel.
—No importa. De cualquier modo tú tendrás que ocuparte ahora de Crook. Al parecer tiene indicios de información importante que posee Orwell sobre Trotsky. No lo dejes ir hasta que te haya dicho todo y por favor, envíale mis saludos y mis más sentidas disculpas. Coméntale que he tenido que anteponer mi cita por una misión especial que me han encomendado desde México para exterminar al Zorrillo.
—¿El Zorrilo?
—Obedece y no cuestiones. Él entenderá perfectamente a qué me refiero. La cita es en dos horas dentro de La lonja. Sé puntual.

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