3.12.09

El miedo a la oscuridad.

24.

A decir verdad no puedo precisar si llegaron antes o después de que la ciudad se viniera abajo. La miseria terminó por colarse en las casas de todos. No había familia que no contara daños entre sus miembros. Si el padre conservaba el empleo, el hermano o la tía no; si la hermana estaba en escuela de paga, no sólo la abandonaba sino que buscaba algún empleo u oficio de medio tiempo —mi hermana, por ejemplo, terminó como asistente en un consultorio médico; si tres días comíamos carne, sólo los domingos podíamos darnos ese lujo. Pequeños detalles que sumados en su totalidad no podían ser sino una señal de ruina. Pero había gente en la ciudad que parecía poco preocupada por el asunto. Como el Personaje. También otros, pero de quién estamos hablando ahora es de él, aunque su serenidad fuese distinta.

No sé si lo entiendan. En una situación así las cosas parecen cambiar de color, como si el peso del aire aumentara y con ello la intensidad de luz que la atraviesa. Todos lucíamos distinto. No había más futuro ahí. Los jóvenes comenzamos a salir de ahí a la menor provocación. Los viejos, conscientes de que no tenían posibilidades de empezar de cero, comenzaron a morir. Como insectos. Uno tras otro.


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