9.7.07

BENIGNO HUMBERTO

I.
- Anda, desátame, trae unas tijeras. Desátame y vámonos. ¿Traes los guantes y el bate? Yo compro un par de bolas. Estamos cerca del campo de baseball. Anda, desátame. Vámonos a jugar.

Sus palabras no hicieron más que desconcertarme. Fue lo último que charlé con él. Hace ya poco más de un año.

II.

El infarto cerebral lo había instalado en un extraño estado de indefensión. Dejó de controlar sus movimientos y su conciencia se encontraba perdida entre su memoria y el despropósito. Sólo comparable con el momento en el que uno no acaba de despertar: la mezcla de recuerdos desperdigados en la memoria y el discurso de insensatez que precede al momento de levantarse.
El golpe finiquitó sus posibilidades de sobrevivir. El roble se precipitaba hacia el suelo frente a nuestra mirada atónita. Termino de caer una semana después. Hace un año. Exactamente.

III.

Las exequias no pudieron ser peores. Decidimos aletargarnos en tanto lográbamos comprender qué estaba pasando. Todos.

Hace un año. Exactamente.

III.

Anteayer seguí el curso de su procesión. Intentando de un modo absurdo dotar de un sentido definitorio la última charla que sostuvimos, en el hospital.
Soterré toda posibilidad de un adiós críptico. Él se encontraba perdido en una época distinta, con alguien más que mi figura le evocaba.
Quise jugar baseball donde me indicó. Lo cual fue estúpido.
El campo no existe más. Ayer fui de compras ahí.
¿Quién ira por las tijeras? ¿Quién me desatara? A mi.

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