18.3.06


"Voy caminando en la calle, mirando a las muchachas"
-IMS (Instituto Mexicano del Sonido)

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16.3.06

¿Heil Newpi?


En 1993 contaba con apenas 12 años y ya era todo un outsider. Mi cadera maltrecha acabó por averiarse y caí en un descendente social que para un chico de mi edad era algo similar a la no-existencia: ya no salía a jugar, en su lugar: terapia.
Esa nueva etapa me conminó a usar una suerte de zapatos ortopédicos en plena pubertad; a adecuar la ropa para ese nuevo y monstruoso calzado e irremediablemente a convertirme en la versión más patética de un ‘señor chiquito’; además de no poder caminar largos tramos y si lo hacía tendría que ser con un paso tan estúpido como el de un pingüino. Y así, algunos llegaron a llamarme así: pinche pingüino. Aunque claro, cuando ellos me llamaban de ese modo yo siempre los llamaba: chinga a tu madre. Buen trueque. Nomotético.

Afortunadamente aparecieron otros outsiders y de algún modo u otro, la no-existencia parecía convertirse en colectiva. En ese limbo ya no estaba sólo y podía, por lo menos, sentirme agradecido.

Así que ese grupo de no-púberes, sí-raros, comenzamos a generar códigos de conducta tan similares a los de los sí-existentes (todos disímbolos obviamente: las hormonas no son sectarias) aunque no por eso lográbamos pertenecer a algún grupo y ni siquiera lo deseábamos, pues sabíamos de antemano que cualquier intento sería rechazado: Nos escabullíamos de la escuela para salir a mirar películas porno que lograba hurtar Alejandro, intentábamos con mediano éxito escalar la cumbre del monte más cercano, nos reuníamos s fumar como idiotas en mi casa, et al. Pero también nos convertimos en adictos a una telenovela animada, japonesa por supuesto: Los súper campeones.

Disfrutábamos mirar como aquellos japoneses ojones lograban lo inimaginable: chilenas a unos 2 o 3 metros de altura, el cambio de dirección de un portero en el aire, canchas kilométricas, la supresión del tiempo real en retahílas que duraban minutos durante una barrida o la suspensión en el aire. En fin. Un melodrama digno de telenovela mexicana clase ‘B’.

Un par de años después la cadera sanó y nos desperdigamos, y aunque aun no ‘pertenecíamos’ nuestra identidad se revelaba poco a poco.

Uno de nosotros siguió enviciado con el programa. Grababa cada capítulo en los VHS de los quince años de su hermana y en los de la boda del tío, coleccionaba estampas y tarjetas y posters y cualquier objeto que se relacionara con la serie; A su perro lo renombre Oliver y construyó una casa con un letrero en la entrada con la leyenda "Newpi".

Él era un sujeto de estatura media. Tez morena, prácticamente negra. No sabía por qué, pero durante una visita que le hicimos hace algunos años, encontramos con sorpresa que en la cabecera de su habitación se encontraba una gigantesca bandera del tercer Reich. Era una idea estúpida, pero el la veneraba con especial fervor. No lo visitamos más.

Hoy me topé con una nota en El País. Quedé atónito. Descubrí el por qué.


Aquí la nota:
Vuelven Oliver y Benji

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10.3.06

Contra el aire

.1

Cuando María entró por primera vez a la habitación el olor le resultaba extrañamente familiar. Aquel picor que alojaba el humo que vagaba errante bajo el techo del dormitorio, la remitía a un caudal de recuerdos junto a él.
Siempre imaginó que sólo se trataba de un pésimo gusto al momento de elegir fragancia. En ningún momento pensó en incienso u otra madera o fragancia que se activara tras la combustión. Aunque esta vez sabía de qué iba. Alain Volaba. Su olfato lo percibió desde que comenzaba a subir las escaleras. Al entrar, en efecto notó que Alain se encontraba literalmente suspendido en el aire. Sus pies señalaban con las puntas, dibujaban una trayectoria pendular, trazando líneas y curvas imaginarias en el montoncito de mierda que lo sucedía en el suelo. Incluso aquel vaivén azuzaba a un par de moscas que merodeaban con insistencia el festín.
Si bien María sonreía con una avidez profusa, sus ojos se encontraban lo suficientemente abiertos como para sacarlos de sus órbitas: intentaba sin éxito descifrar el sentido o significado de la errática trayectoria de Alain. En un principio intentó pasarlo por alto, atribuir al viento o a todo aquel nimbo de marihuana. No obstante, las ventanas se encontraban bien cerradas y además tenía total conocimiento de la lucidez que Alain se inducía, narcotizado, lo cual, representaba un acontecimiento digno de atención. Es que siempre fue un poco idiota. Era absurdo pensar en que sus movimientos fuesen arbitrarios. Alain habría deliberado toda la escena; todo, con puntual énfasis en cada detalle.

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3.3.06

Desde la poltrona

Lecturas para quien acaba de abandonar su empleo yuppie:

La música del Azar; Paul Auster
Hombre Lento; J.M. Coetzee
La enfermedad y sus metáforas; Susan Sontag
El sida y sus metáforas; Susan Sontag
Cuentos, volumen 1; Scott Fitzgerald
Pastoral Americana; Philip Roth


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1.3.06

Topos truncado

Hoy caminé como desquiciado. Como si cada huella pudiera erosionar la frustración acumulada después de poco menos de doce horas, las últimas, de un suplicio ético latente. Nada. Esto no estaba previsto y los mocasines se adhieren a unos, ya, dolientes pies. ¿Por qué no decidí usar los tennis? En fin. Nada estaba planeado, necesitaba orear la furia. Desgastar el asfalto y el cuero de la suela como si ello fueran los infortunios.

Hoy leí: Febrero, mes mierdero. Qué razón tienen. Qué mierdero.

Pero caminaba con cólera y a manera de lenitivo intentaba trazar en mi mente un mapa de la ciudad. Mi i-pod wannabe (pues sólo le caben archivos) repite estrepitosamente lo recién pirateado en internet. No me dice nada, decido ignorarlo aunque siempre es mejor Mazzy star que los ruidos citadinos. Recorrí casi 10 Km. Mientras aquellos lesos pies comenzaban a inflamarse de un modo ingobernable, a punzar y a obligar a la piel de los mocasines a ablandarse poco a poco, al grado de sentir que en cualquier momento cederían los hilvanes.

El caso es que en la ciudad (Luvina V2.0, dice Lalo) Encontré algo que me perturbo hasta que se dibujó una sonrisa, sardónica, por supuesto, en mi rostro desencajado.

Vivo en una ciudad mutilada.

Ese fue el resultado del trazo topográfico mental. Llegando a casa. Conforme me descalzaba y los pies palpitaban con fuerza, notaba azorado la falta de norte, oriente y poniente. Y es que hasta donde mi memoria me permite referenciar, el punto más norte de la ciudad es el centro y sus cerros, los cuales, por muy cerros, no dejan de ser nombrados ‘centro’. Que el oriente son dos municipios distintos y que el poniente es igual.

Si es no es mutilación. Entonces es estupidez colectiva.

Me senté a revisar las nuevas y el morbo me instó a escribir este post. Necesitaba un par de fotografías de la ciudad mutilada y oh sorpresa: por si la no-cardinalidad fuese suficiente, encontré que estamos más amputados de lo que pudiera imaginar. Para el mundo Mi ciudad no es más que fútbol y un reloj gigante. A veces el viento, a veces el paste. Nunca otra cosa. Qué lástima. Me quedaré sin ilustraciones para el post.

No hay más qué decir, sólo enumerar objetos que no he podido encontrar aquí, acaso también mutilados.


Cinco libros que no encuentras en una ciudad mutilada

El descubrimiento del cielo: Harry Mulisch
Crónica del pájaro que da cuerda al mundo: Haruki Murakami.
Asfixia: Chuck Palahiniuk
La generación quemada: Antología
Las vírgenes suicidas: Jeffrey Eugenides

Cinco discos que no encuentras en una ciudad mutilada

Outro Quilombo: Renato Braz
Funeral: The arcade fire
End of the world party (just in case): Medeski Martin and Wood
Venezuelan zinga son Vol. 1: Los amigos invisibles
Like the deserts miss the rain: Everything but the girl

(Si alguien sabe donde conseguirlos en la cuidad mutilada, pues rolen)

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