12.8.09

Pelucas Amelia



El viernes me llamó mi padre para que comiéramos juntos. Después de algunas semanas de merodear la idea de convertirse en productor-distribuidor-empresario de las libretas y los cuadernos artesanales, visitó el DF para comprar sus insumos. Estaba en el centro. Nos veríamos en la churrería El Moro.

Es fácil distinguir a mi padre cuando espera: se recarga en algún muro, sacando la pancita que hace que la funda de su celular y un monedero que sujeta al cinturón sobresalgan haciéndolo parecer una suerte de Bob el constructor buena onda. Además siempre (siempre, siempre) está fumando. Así que si la multitud no te permite identificarlo, el humo facilita la tarea.

La gente no está acostumbrada a ver a dos adultos (uno canoso y otro barbón) besarse, mucho menos en público. Un tipo que estaba al lado de mi padre nos miró con desdén cuando nos saludamos. Nos fuimos a recoger cartón que había mandado a cortar.

Lo mejor de caminar con mi padre son las posibilidades explicativas que tiene. Todo tiene un nombre, un origen y un propósito, eso es obvio. Pero él lo sabe y lo explica, y le gusta. A mí también. Caminamos una buena parte del centro y ahora, entre otras cosas, sé qué propósito tenían algunos edificios.

Comimos en un bufet de chinos de Hong Kong (Mi padre preguntó de qué parte de china eran). Me hizo daño la comida.

Pero después de recoger el cartón y caminar un buen tramo, llegamos a la calle de Cuba, en donde recogería papel que también había enviado a cortar. Ahí nos despediríamos. Pero encontramos las pelucas

: un local muy viejo, quizá la última (¿la única?) remodelación fue en los 70’s o principios de 80’s. Con pelucas extrañas en maniquíes y bustos inquietantes. Jesucristo, Elvis, Trent Reznor, y demás modelos. Sin mencionar el apéndice del local dedicado a los disfraces. Alucinante.

Todas esas cosas pasan cuando camino con mi padre.


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2 comentarios:

Dane dijo...

jejejej y tú señor padre no necesita ayuda?!?! Yo sé encuadernar!!! jajaj abrazos grandes!!!

spunny dijo...

Ts,
Ya, querido Said, hemos llegado a la edad en que nuestros padres dejaron de ser la autoridad, la figura a emular, en mi caso, el soldado valiente que lo puede todo.

Hemos llegado a la edad en que nuestros padres empiezan a ocupar pedazos de nuestros relatos de lo cotidiano, como caracteres de ficción.

Tu padre parece un ser extraordinario. Iguál al mio.