14.10.09

El miedo a la oscuridad.

2.

Yo soy amigo de El Personaje. Lo sé porque me sonríe sólo a mí al término de las juntas. A nadie más. Quisiera poder explicar más detalles de cómo es, pero, como habrán de imaginarse, una sonrisa no es más que un gesto. Jamás una puerta de entrada. Nadie conoce la puerta de entrada del Personaje. Pero a mí, por lo menos, me sonríe cada que las juntas terminan.

Y las juntas sólo terminan cuando él lo decide.

Ser amigo del Personaje no es más que un gesto. Como la sonrisa que me ofrece. Nadie es amigo del Personaje, él no tiene amigos. Sólo objetivos. Ha trabajado muy duro durante los últimos años como para tener otra cosa que no sean objetivos. Ha trabajado tan duro todos estos años que esos objetivos ahora también son nuestros. Todos hemos trabajado duro.

Yo estoy aquí por la misma razón que el resto: fastidio, vergüenza, hartazgo. Todo eso. Pero yo en realidad llegué por casualidad. Y no es que no estuviera fastidiado, ni avergonzado o harto. Lo estoy, mucho, todo; pero yo llegué por culpa de Bernardo. Él me trajo un día a una de las juntas, con el pretexto de poderles ser de utilidad. Él Personaje se enojó mucho. Después de reprender a Bernardo y amenazar con abandonar el plan y en general, todo tipo de actividad, decidió terminar la junta. Nos llamó a Bernardo y a mí, y tras una buena auscultación decidió que sí, que quizá podría serles de utilidad. Para entonces yo ya me sentía fastidiado, avergonzado y harto. Ya era uno de ellos y aún no presenciaba ni una junta completa.

Para la siguiente junta, el Personaje inició dándome la bienvenida hablando de cómo les sería útil. Nadie, ni Bernardo, replicó. Yo acepté contento. Mientras explicaba mi tarea, el Personaje dijo con mucho cuidado las palabras ‘valor’, ‘encomienda’, ‘futuro’ y ‘caos’. Creo que no en ese orden, pero eso es lo de menos. Yo no he hecho nada importante en mi vida, mucho menos algo que en la misma oración se encontraran esas palabras.

Asistí a muchas juntas. Creo que fueron otras seis o siete, no recuerdo bien. Pero ya no volví a hablar. De hecho jamás dije nada en ninguna de ellas. En la primera, tan pronto asentí a modo de consentimiento, la junta siguió. Hablaban de muchas cosas. Hablaban de Fastidio, de hartazgo y de vergüenza. No estoy muy seguro de qué o hacia qué. Pero así me sentía yo también y con eso bastaba. Además, cada que terminaban las juntas, el Personaje me sonreía. Una ocasión me dijo que para la próxima llevaría algo para mí. Dormí muy poco los días siguientes, hasta que Bernardo pasó por mí para una nueva reunión. Cuando llegó yo tenía dos horas esperándolo. El Personaje había prometido llevarme algo y no debía faltar. Cumplió su palabra y me entregó el chaleco. Creo que no he sentido tanta dicha como cuando me lo probé. Lo único que me molestó es que Bernardo lo conservó por órdenes del Personaje. No puedo usarlos hasta que vayamos al metro. Entonces podré hacer algo en la vida que tenga que ver con valor, con encomienda, con futuro y con caos.



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