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Cuando María entró por primera vez a la habitación el olor le resultaba extrañamente familiar. Aquel picor que alojaba el humo que vagaba errante bajo el techo del dormitorio, la remitía a un caudal de recuerdos junto a él.
Siempre imaginó que sólo se trataba de un pésimo gusto al momento de elegir fragancia. En ningún momento pensó en incienso u otra madera o fragancia que se activara tras la combustión. Aunque esta vez sabía de qué iba. Alain Volaba. Su olfato lo percibió desde que comenzaba a subir las escaleras. Al entrar, en efecto notó que Alain se encontraba literalmente suspendido en el aire. Sus pies señalaban con las puntas, dibujaban una trayectoria pendular, trazando líneas y curvas imaginarias en el montoncito de mierda que lo sucedía en el suelo. Incluso aquel vaivén azuzaba a un par de moscas que merodeaban con insistencia el festín.
Si bien María sonreía con una avidez profusa, sus ojos se encontraban lo suficientemente abiertos como para sacarlos de sus órbitas: intentaba sin éxito descifrar el sentido o significado de la errática trayectoria de Alain. En un principio intentó pasarlo por alto, atribuir al viento o a todo aquel nimbo de marihuana. No obstante, las ventanas se encontraban bien cerradas y además tenía total conocimiento de la lucidez que Alain se inducía, narcotizado, lo cual, representaba un acontecimiento digno de atención. Es que siempre fue un poco idiota. Era absurdo pensar en que sus movimientos fuesen arbitrarios. Alain habría deliberado toda la escena; todo, con puntual énfasis en cada detalle.
Siempre imaginó que sólo se trataba de un pésimo gusto al momento de elegir fragancia. En ningún momento pensó en incienso u otra madera o fragancia que se activara tras la combustión. Aunque esta vez sabía de qué iba. Alain Volaba. Su olfato lo percibió desde que comenzaba a subir las escaleras. Al entrar, en efecto notó que Alain se encontraba literalmente suspendido en el aire. Sus pies señalaban con las puntas, dibujaban una trayectoria pendular, trazando líneas y curvas imaginarias en el montoncito de mierda que lo sucedía en el suelo. Incluso aquel vaivén azuzaba a un par de moscas que merodeaban con insistencia el festín.
Si bien María sonreía con una avidez profusa, sus ojos se encontraban lo suficientemente abiertos como para sacarlos de sus órbitas: intentaba sin éxito descifrar el sentido o significado de la errática trayectoria de Alain. En un principio intentó pasarlo por alto, atribuir al viento o a todo aquel nimbo de marihuana. No obstante, las ventanas se encontraban bien cerradas y además tenía total conocimiento de la lucidez que Alain se inducía, narcotizado, lo cual, representaba un acontecimiento digno de atención. Es que siempre fue un poco idiota. Era absurdo pensar en que sus movimientos fuesen arbitrarios. Alain habría deliberado toda la escena; todo, con puntual énfasis en cada detalle.
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