Uno.
Aceptémoslo. Todos hemos sido miserables. Todos. En algún momento hemos palpado la lodosa textura del más oscuro fondo. En mayor o menor medida hemos decidido permanecer ahí, mirando hacia arriba con envidia o frustración; observando el mundo pasar y mientras sopesamos en un puño el peso del fango —o de la mierda, también pasa— urdimos nuestro gran salto. No importa lo que tome. Porque el fin, siempre, justifica los medios.
Y aquí Ortuño nos bautiza: “Llámenme Lynch. Gabriel Lynch. Llámenme perro. Insúltenme, si les parece que su vida será menos miserable tras escupirme. Llámenme cerdo rencoroso, judas, escoria. Atinarán”. Aquí algunos se escandalizan al sólo pensarlo. Aquí, algunos otros, sonreímos.
Leo Recursos humanos de Antonio Ortuño. Llegué preguntando a la librería y antes de dar con ella me han mostrado una buena cantidad de títulos sobre administración. Sonreía mientras aclaraba que se trata de una novela. Sonreía. Esa es quizá la materia prima del libro. La sonrisa. No cualquiera, por supuesto. Una sardónica, delatora. Cómplice.
Ya que una vez bautizados y tomada por asalto nuestra voz interior del día a día, Ortuño (Guadalajara, 1976) nos lleva por una historia hartas veces vivida por todos. Él es Gabriel Lynch y esa es la historia de nuestro odio. Un odio común, llevado a proporciones extraordinarias. Y es que, ¿quién no ha soñado con mirar, aunque sólo sea por una vez, hacia abajo y encontrar los ojos de un mando superior, cualquiera, desde el más afable hasta el insoportable y el estúpido? O mejor dicho: ¿Quién no ha soñado con mirar, aunque fuera una sola vez, desde arriba, con soberbia y con desprecio? Muchos, acaso todos.
Dos.
Esta es la historia de una revolución, una de bolsillo. Una que muchos hemos pensado y planeado, pero que probablemente ninguno ha llevado a cabo. Pero ahí está Gabriel Lynch. Y esa, es la historia de nuestro odio. Un golpe de estado silencioso, personalísimo, minuciosamente relatado. La toma de una bastilla de microcosmos y un sinnúmero de argucias para ganar la guerra. Terrorismo, guerrilla. En un edificio lleno de oficinas y jerarquías: el cielo y el infierno; en donde el darwinismo social es la divisa. Ya lo anunciaba Aristóteles, las revoluciones no las hacen quienes no tienen nada. Las revoluciones las hacen quienes tienen algo y quieren más. Y es que quien no haya sido jamás miserable no entenderá ni un ápice de lo que trata la vida; pero, ya lo hemos dicho antes: todos, absolutamente todos, hemos sido alguna vez miserables. En mayor o menor medida. O eso, o somos un montón de mustios expiando nuestras culpas en silencio. Y de ser así no importa: ahí esta Lynch para paliar nuestra cobardía. Un personaje sórdido, repugnante, infame, un hijo de puta de cepa: un personaje adorable.
Todo, enmarcado bajo una prosa mordaz; en donde la ironía es catalizador y cada frase se vuelve más y más cáustica conforme avanza el relato.
Sobra decir que Recursos humanos ha sido finalista en 2007 del Premio Herralde de novela. Su interior y sobre todo, su personaje, se defienden solos.
Recursos Humanos.
Antonio Ortuño.
Anagrama;2007
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