28.2.08

fragmentar

“Articulaba mal, con un ruido como de astillero, y casi nunca se daba cuenta de lo que decía. Cualquier otro que no fuera yo se habría extraviado en esta cháchara chasqueante y chisporroteante, ininterrumpida únicamente por sus momentos de inconsciencia. Aunque yo tampoco venía para escucharla. Me comunicaba con ella golpeándole el cráneo. Un golpe significaba sí, dos no, tres no sé, cuatro dinero, cinco adiós. Me había costado mucho adiestrar a este código su entendimiento arruinado y delirante, pero lo había conseguido. Claro que podía ser que ella confundiera sí, no, no sé y adiós, pero eso no tenía importancia, porque yo también los confundía. Ahora bien, lo que había que evitar a toda costa era que asociara los cuatro golpes con otra cosa que con el dinero. Así, pues, durante el periodo de adiestramiento, al mismo tiempo que le daba los cuatro golpes en el cráneo le pasaba un billete de banco ante la nariz o se lo embutía en la boca. ¡Hay que ver lo ingenuo que era yo entonces! Porque ella habí perdido, si no del todo, la noción de mensurabilidad, sí por lo menos la facultad de contar más allá de dos. Hay que hacerse cargo, de uno a cuatro era demasiado para ella. Cuando llegábamos al cuarto golpe creía que era el segundo, los dos primeros se habían borrado de su memoria tan rápidamente como si no hubiesen existido nunca, si bien no acabo de comprender cómo una cosa que no ha existido nunca puede borrarse de la memoria, aunque es algo que vemos todos los días. Debía creer todo el rato que yo le iba diciendo que no, cuando nada estaba más lejos de mis intenciones. A la luz de tales razonamientos me dediqué a buscar, y acabé encontrando todo un medio más eficaz de insuflar en su espíritu la idea de dinero. Consistía en sustituir los cuatro golpes dados con el índice por uno o varios (según mis necesidades) puñetazos en el cráneo. Esto sí que me lo comprendía.”

Samuel Beckett; Molloy (fragmento)


“La consolé con un par de bofetadas y le ordené planchase la falda para cenar conmigo en los Caracóis de Esperança, moqueando restos de disgusto y sonriendo tras un velo de lágrimas, con miedo de un puntapié educativo bajo la mesa. En mi opinión conozco una única forma decente de lidiar con las mujeres: un sopapo para llamarlas al orden, una sopa de mariscos después y poca confianza para evitar abusos.”


Antonio Lobo Antunes; Tratado sobre las pasiones del alma (fragmento)

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Hace un par de semanas mientras charlaba con Frida, decidimos escuchar de cabo a rabo el Siamese dream de los Smashing pumpkins. Habrían pasado muchos años, en verdad no recuerdo cuantos, que no escuchaba un álbum completo; menos aun ese. Acaso casualidad.
Una de las manías que tenemos en la familia es la de la plática fragmentaria. Así que mientras Frida y yo nos decíamos qué nos había ocurrido en las semanas anteriores —habían pasado ya algunas sin vernos— comentábamos también entre track y track lo que ha significado ese álbum para mi desde 1993. Y la manera en cómo para ella terminó por formar parte de esa música de fondo que inconscientemente te acompaña mientras creces —ella nació en 1990.
De hecho, cada que aparecen las referencias musicales, no puedo evitar nombrarlo. En el numero uno. Siempre. La crítica no lo considera el mejor de la banda y las opiniones más bien se aproximan entre el Gish y el Melon collie and the infinite sadness. No importa. Ese álbum se convirtió en mi adolescencia en mi declaración de principios.

Hoy miro atónito el cartel de un festival en el df.
Cuando lo recibí recordé al menos un par de visitas de los Smashing pumpkins a México. No fui a ninguna simple y sencillamente por pobre. Sí, jodido. Lo miro una y otra vez y no doy crédito. Después de la separación perdí toda esperanza. Incluso era escéptico cuando tuve noticia de la grabación de un nuevo álbum. Lo cierto es que por fin ahí estaré. Whatever it takes. 15 años después de que desee verlos en vivo.
Aquí dejo posteada la rola. Mi favorita. Por sobre todas las demás.





Smashing pumpkins en el coca-cola zero fest.
Abril 12, autódromo hermanos Rodríguez.

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24.2.08


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22.2.08

LAS CIUDADES Y LA MEMORIA. 4

Más allá de seis ríos y tres cadenas de montañas surge Zora, ciudad que quien la ha visto una vez no puede olvidarla más. Pero no porque deje, como otras ciudades memorables, una imagen fuera de lo común en los recuerdos. Zora tiene la propiedad de permanecer en la memoria punto por punto, en la sucesión de sus calles, y de las casas a lo largo de las calles, y de las puertas y de las ventanas en las casas, aunque sin mostrar en ellas hermosuras o rarezas particulares. Su secreto es la forma en que la vista se desliza por figuras que se suceden como en una partitura musical donde no se puede cambiar o desplazar ninguna nota. El hombre que sabe de memoria cómo es Zora, en la noche, cuando no puede dormir imagina que camina por sus calles y recuerda el orden en que se suceden el reloj de cobre, el toldo a rayas del peluquero, la fuente de los nueve surtidores, la torre de vidrio del astrónomo, el puesto del vendedor de sandías, el café de la esquina, el atajo que va al puerto. Esta ciudad que no se borra de la mente es como una armazón o una retícula en cuyas casillas cada uno puede disponer las cosas que quiere recordar: nombres de varones ilustres, virtudes, números, clasificaciones vegetales y minerales, fechas de batallas, constelaciones, partes del discurso. Entre cada noción y cada punto del itinerario podrá establecer un nexo de afinidad o de contraste que sirva de llamada instantánea a la memoria. De modo que los hombres más sabios del mundo son aquellos que conocen Zora de memoria.
Pero inútilmente he partido de viaje para visitar la ciudad: obligada a permanecer inmóvil e igual a sí misma para ser recordada mejor, Zora languideció, se deshizo y desapareció. La Tierra la ha olvidado.

De: las ciudades invisibles; Ítalo Calvino.

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12.2.08

la hora de los pájaros

Ahora llevo cuarenta y tres años a cuestas, pero aún suelo estremecerme en el sofá pensando en todas las formas en que pude deshacer la vida de Zora. En la manera en cómo fui perdiendo todos los escrúpulos y la lleve de la mano hasta el final. Hasta que los susurros se convirtieron en gritos atronadores; la extraña —y ahora creo, fascinante— manera en cómo las caricias mutaron en puñetazos y bofetadas, en como los labios se hinchaban y reventaban de sangre. En cómo nos fuimos despedazando hasta que ya no quedó nada. Ni un ápice del amor que le profesaba, sólo palabras. Mil promesas y disculpas que me condujeron a un callejón sin salida. Poco después ella habló con sus padres. Como es de pensar, me prohibieron verla más y amenazaron con llevarme a juicio. Desistí. Nunca más la volví a ver. Durante meses pensé que si llegaba al parque en el momento adecuado, podría observarla a lo lejos mientras la hora de los pájaros llegara. Pasaron decenas de ocasiones, una y otra vez los pájaros regresaban puntuales. Jamás apareció Zora. En su lugar, las aves.

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11.2.08



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Hotel Chevalier (fragmento)

—Whatever it happen, I don’t want to lose you as my friend.

—I promise: I will never be your friend. No matter what. Ever.

—If we fuck, I’ll feel like a shit tomorrow.

—It’s ok with me.

—I love you. And I’ll never hurt you on purpose.

—I don’t care…

Hotel chevalier; Wes Anderson. 2007

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Yendo al cine, solo

Las últimas tardes habían precedido un poderoso intento de fuga. Fade out. Literal. En dónde pretendía sin éxito desaparecer. Sólo por unas horas.
Y así llegué al cine, solo, completamente solo, después de años de no hacerlo. Y desaparecí. Entre el amarillo chillador y el azul profundo de una fotografía desconcertante.
Me hablé en silencio sobre el inicio. Me reí como imbécil. Me critiqué al final la película. Me salí de la sala. Me apropié, al fin, de algo que me pertenecía y que había olvidado o acaso prestado sin fecha de devolución. Regresé mientras sonreía y fumaba. Y los audífonos pusieron fin a la perorata.



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