16.3.06

¿Heil Newpi?


En 1993 contaba con apenas 12 años y ya era todo un outsider. Mi cadera maltrecha acabó por averiarse y caí en un descendente social que para un chico de mi edad era algo similar a la no-existencia: ya no salía a jugar, en su lugar: terapia.
Esa nueva etapa me conminó a usar una suerte de zapatos ortopédicos en plena pubertad; a adecuar la ropa para ese nuevo y monstruoso calzado e irremediablemente a convertirme en la versión más patética de un ‘señor chiquito’; además de no poder caminar largos tramos y si lo hacía tendría que ser con un paso tan estúpido como el de un pingüino. Y así, algunos llegaron a llamarme así: pinche pingüino. Aunque claro, cuando ellos me llamaban de ese modo yo siempre los llamaba: chinga a tu madre. Buen trueque. Nomotético.

Afortunadamente aparecieron otros outsiders y de algún modo u otro, la no-existencia parecía convertirse en colectiva. En ese limbo ya no estaba sólo y podía, por lo menos, sentirme agradecido.

Así que ese grupo de no-púberes, sí-raros, comenzamos a generar códigos de conducta tan similares a los de los sí-existentes (todos disímbolos obviamente: las hormonas no son sectarias) aunque no por eso lográbamos pertenecer a algún grupo y ni siquiera lo deseábamos, pues sabíamos de antemano que cualquier intento sería rechazado: Nos escabullíamos de la escuela para salir a mirar películas porno que lograba hurtar Alejandro, intentábamos con mediano éxito escalar la cumbre del monte más cercano, nos reuníamos s fumar como idiotas en mi casa, et al. Pero también nos convertimos en adictos a una telenovela animada, japonesa por supuesto: Los súper campeones.

Disfrutábamos mirar como aquellos japoneses ojones lograban lo inimaginable: chilenas a unos 2 o 3 metros de altura, el cambio de dirección de un portero en el aire, canchas kilométricas, la supresión del tiempo real en retahílas que duraban minutos durante una barrida o la suspensión en el aire. En fin. Un melodrama digno de telenovela mexicana clase ‘B’.

Un par de años después la cadera sanó y nos desperdigamos, y aunque aun no ‘pertenecíamos’ nuestra identidad se revelaba poco a poco.

Uno de nosotros siguió enviciado con el programa. Grababa cada capítulo en los VHS de los quince años de su hermana y en los de la boda del tío, coleccionaba estampas y tarjetas y posters y cualquier objeto que se relacionara con la serie; A su perro lo renombre Oliver y construyó una casa con un letrero en la entrada con la leyenda "Newpi".

Él era un sujeto de estatura media. Tez morena, prácticamente negra. No sabía por qué, pero durante una visita que le hicimos hace algunos años, encontramos con sorpresa que en la cabecera de su habitación se encontraba una gigantesca bandera del tercer Reich. Era una idea estúpida, pero el la veneraba con especial fervor. No lo visitamos más.

Hoy me topé con una nota en El País. Quedé atónito. Descubrí el por qué.


Aquí la nota:
Vuelven Oliver y Benji

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