Un tufillo a azahares colma el aire, ad nauseum. El coronel se encuentra sentado en la terraza de un café. La plaça de la verge se observa lacónica; ya no parece ser la calle ni la ciutat vella de antaño: profusa, inundada de paseantes y mercaderes. No, ahora sólo logra atisbar a un par de mujeres viejas, entradas en carnes, caminando con prisa; ellas y una multitud de soldados y burócratas que van de un sitio a otro con la marcha de una colonia de hormigas despavorida: la República perece y no hay tiempo para paseos. No obstante él da sorbos a su ‘carajillo’ mientras espera la llegada del mensajero que se apresura desde las antiguas murallas a llevarle los diarios. Y otea parsimonioso, como si quisiera capturar la esencia de los naranjos y de las piedras sobre piedras y de las liturgias ancestrales intra-murallas y del andar de siglos y siglos de una ciudad ahora convulsa. Como si se dispusiera a iniciar un boceto.
El mensajero llega apresurado y sólo después de un silencioso saludo marcial se retira. En la mesa del coronel ahora también se encuentra una pila de periódicos, encabezando por La Batalla, órgano propagandístico del Partido Obrero de Unificación Marxista. En la primera plana encuentra un texto que le alarma. Es el tres de septiembre de mil novecientos treinta y seis:
En Moscú han sido fusilados, en las monstruosas condiciones que todo el mundo
sabe, Zinoviev, Kamenev, Smirnov y varios militantes bolcheviques más en número
de dieciséis […] Trotski, el compañero de Lenin, el gran organizador del
Ejército Rojo, no ha podido ser fusilado por la sencilla razón de que no se
encuentra en Rusia, bajo la férula de Stalin. Pero es sistemática y sañudamente
perseguido. Desde hace años su vida es un verdadero calvario. Hoy corre un
positivo peligro. Se exige su expulsión o su confinamiento. Se le trata como a
un criminal. Se incita, incluso, al asesinato contra él. Nosotros que nos somos
trotskistas, que tenemos divergencias con Trotski, consideramos que se comete un
crimen contra él y exigimos que cese ese escándalo internacional. La clase
trabajadora española, la clase trabajadora catalana, no puede pasar por la
vergüenza de permitir ese escándalo. Nosotros, seguros de interpretar su sentir,
exigimos que se ofrezca un refugio a trotski en Cataluña, bajo la protección
revolucionaria de la clase trabajadora. Sabemos de dónde vendrán las
resistencias de este noble propósito. Contra ella lucharemos con toda energía,
en cumplimiento de un alto deber de solidaridad revolucionaria.
El ritmo cardiaco del Coronel se acelera al punto de que le falta el aire. No concibe semejante ataque. Los trotskistas catalanes defendían lo indefendible, y ¡vaya cómo! Aquella bufonada no era más que un intento de minar los pujos de la República por ganar terreno en la opinión internacional. Sabe de antemano que se trata de traidores, pero jamás esperó semejante farsa. El coronel, alterado y molesto, arroja con fuerza el diario al suelo: «¡Hijos de la chingada!», musita.
2 comentarios:
Saludos!
Una observación, un coronel catalán no diría nunca "hijos de la chingada" si acaso diría "hijos de la gran puta". la "chingada" es una expresión propiamente mexicana. Sólo eso. By the way how are you?
Pues nada, que este Coronel sí es mexicano; es más, es el Coronelazo. por eso la 'chingada'.
Todo Marcha, la esperamos en el país.
Saludos.
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