10.7.08

Hola Amadeus

El día de la mudanza llovió. Sabíamos que era una posibilidad, pero como todos los arreglos estaban hechos no había más remedio. Nos empapamos. Durante los tres viajes entre edificio y edificio, acarreando con maletas y vaciando todo en la cajuela notamos cómo a pesar de la breve distancia el entorno cambiaba radicalmente. La mudanza había sido en la misma colonia pero parecía que cambiábamos incluso de ciudad.
Huelga decir que el barrio es estupendo. No posee ese cariz chick y bohemio como la Condesa, con sus jardines y parques llenos de perros con dueño. Mucho menos es decadente y bohemio como la Roma y sus escaparates y antigüedades y malvivientes. No. El barrio en todo caso es mucho más pretencioso y mucho menos exitoso: el barrio, es, decadente y arribista. Urgido en detener el tiempo y evitar que la herrumbre y el arribo de las polillas. Inmejorable.
Me tiro a la cama y desde el ventanal puedo ver las ruinas de un hospital. Respiro con alivio y pienso en el fastidio que hubiese sido tenerlo ahí, en activo; con sus amputados y contusionados y sus muchos, muchos muertos. Prefiero desviar la mirada y observar el par de aves holgazanas que, al igual que yo, llevan ya mucho tiempo haciendo absolutamente nada, postradas en la cima del poste de luz frente a mi ventana.

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Salgo a buscar comida, aunque lo cierto es que intento memorizar la manzana y el camino que habré de tomar rumbo al trabajo. Encuentro toda una fina cadena productiva que se alimentaba a partir de los muchos muchos muertos y contusionados y amputados y golpeados que llegaban al hospital: florerías, aparatos ortopédicos, sillas de ruedas. Una funeraria. Sonrió con sorna mientras pienso que van rumbo a la quiebra si no cambian pronto el giro.

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Y pasan las semanas y no cambian el giro y continúan soberbios esperando clientela. Y no llega. Justo entonces recuerdo que sólo así puedo comprender el barrio: fuera de lugar pero renuente a desaparecer, decadente, esperando que el tiempo se detenga para poder conservar un status quo extraño, incomprensible. Arribista.

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Regreso al departamento. Las aves siguen holgazaneando. Me les uno.

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Días más tarde noto con sorpresa uno más –quizá el más simpático de todos– de los recordatorios de donde me encuentro ahora. Miro la marquesina de la tienda. No se llama ‘mi tiendita’ ni ‘mini súper’, mucho menos posee un nombre de mujer. Eso lo hacen en los barrios bajos. Acá, en el mío, usamos nombres con clase. Observo y sonrío de nuevo. “HOLA AMADEUS”.

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Regreso a holgazanear con las aves mientras K aparece.

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