8.1.09

Muela


Nota 1: La calma que precede a las punzadas anuncia la intensidad del dolor. La sensación es ésta: una decena de martillos golpeando armónicamente un diminuto punto dentro de la muela. Ni un solo sitio más. Sólo ahí. La resonancia se expande hasta alcanzar la parte derecha de la quijada y hasta el oído. Le han comparado con el dolor del trigémino: el dolor del suicida. Yo sigo vivo después de media semana. Mañana la extracción.

Nota2: Hace un año me circuncidaron. El prepucio comenzó a convertirse en un tejido fibroso. No lo pude aplazar más. Después de que una amable enfermera me canalizara, fui trasladado como un fardo hasta una plancha en el quirófano. Un sujeto en bata —más parecida a la de un intendente que a la de un médico— me descubrió el trasero y comenzó a contar mis vértebras: uno, dos, tres… Siete. «¡Quédate quieto, en posición fetal!», me dijo me untaba methiolate. Lo siguiente fue la epidural. Jamás había sentido tanto dolor: «Vas a sentir presión en las caderas». Y Vaya que la sentí: fue como colocar esas caderas en una prensa industrial. Estuvieron a punto de romperse.

Mi mitad inferior se desvaneció. No tuve que sentir cómo rasuraron todo mi vello. Sin embargo, la primera incisión la sentí. Sentí el bisturí helado y cómo el tejido se desgarraba. Ruido blanco. A punto estuve de desmayar. Prefirieron sedarme. Fade out.

Eso hace un año y lo recuerdo ahora porque después de todo, nada de ello se compara con el dolor en esta muela. Nada.

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Día 1: Duele de la chingada el fórceps. Hicieron palanca por turnos la doctora y su asistente durante 45 minutos. Las raíces de la muela miden cerca de 2 cm. Y por si fuera poco son muy curvas. Y duele: de la chingada.

Día 2: Las infecciones bucales, dicen, son las más peligrosas cuando existe hueso expuesto. Hoy tengo fiebre: desobedecí las indicaciones de la dentista y he fumado. Quizá esté infecto. Por lo pronto ardo mientras me receto antibiótico y antipirético. Y aunque el dolor ha cedido, ardo. Mi percepción es una montaña rusa: lentas e insoportables subidas y vertiginosas caídas. El ardor consume el sudor de mi frente y mejillas.

Aunque ya no duele, arde y me vuelve estúpido en un rushestremecedorporturnos. Así.


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