6.10.09

Mercedes Sosa



Mis padres y yo nos educamos juntos. Cuando nací, mi madre tenía apenas 16 años y mi padre 19. Nos educamos juntos a partir de lo mejor y lo peor de cada una de sus familias. Hoy mis padres tienen más de 15 años separados y yo, unos 3 de no vivir en la casa materna. Pero nos educamos juntos.

La ideología que mi padre adoptó en la adolescencia nos formó una serie de gustos. Crecimos los tres en una ciudad de pasado industrial en donde, dice mi padre y mi madre lo confirma a veces, otras lo niega; la planeación permanente, la propiedad mixta (entre social y privada) y el desarrollo a partir de servicios de toda clase permitió que un caldo de cultivo pro-socialista se diera ahí. No era raro que algunos de nuestros vecinos fueran chilenos o uruguayos exiliados por las dictaduras militares. Tampoco era raro que cada 11 de septiembre se llevara a cabo una ofrenda en uno de los poquísimos monumentos a Salvador Allende que hay en el país (aunque creo que ya se lo robaron). En Donde el latinoamericanismo era moneda de orden corriente en nuestra educación.

Después todo se descompuso. La ciudad se volvió una mierda, se llenó de narcotraficantes y tan sólo mirarla de paso da tristeza. Mis padres se separaron y todo fue un desmadre.

Pero, como nos criamos juntos, nos quedó la música.

Mi madre me arrullaba con una canción en especial que teníamos en un vinil de Mercedes Sosa. Las pedas que mis padres realizaban en nuestras casas (nos mudamos como húngaros toda la vida) eran una clase de pase de lista de toda esa música. Y Sosa siempre estuvo ahí. En la comida, por la noche, despertando, en la radio. Ahí, como familiar.

Años después mi padre me quitó un par de cd’s de ella. Ya devuélvemelos.

Años después murió. Lo platiqué con mi madre el fin de semana. Guardó silencio. Mi padre, no sé. Todo estamos tristes.

Hoy le he pedido a C que programe la música. Aquí también estamos tristes.


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