18.4.08

1: Camino a casa


Hasta hoy había sido poco menos que anodino. Son ocho cuadras precedidas por media docena de estaciones de metro. Las camino mecánicamente, un par de veces por cada día. Esta ocasión lo descubrí. Llovía un poco, lo suficiente como para sentir que la ciudad se encontraba limpia, de un modo tal que pude apreciar loe elementos dispuestos a mi paso cotidiano. Descubrí como el guardia de la casa de empeño me observaba detenidamente, siguió cada paso con cuidado, como si intentara memorizar cada uno de mis detalles, me siguió con la mirada durante el resto de la cuadra. Hasta entonces solo me resultaba una pieza más del paisaje urbano. Ahora sé que no era casual su encuentro.
Adelante noté una tintorería argentina en donde solo veo mexicanos planchando y colgando mientras una tubería no cesa en escupir vapor por turnos. Detuvieron su tarea mientras me encontraba a la vista. Hablaban entre ellos. Dejaban de atender a los clientes. Uno de ellos caminó hasta el sitio en donde aplican uñas postizas, hizo una seña incomprensible a la mujer que regenta el sitio y tomó el celular. Llamaba mientras me observaba fijamente, tieso de todo el cuerpo salvo del brazo izquierdo con el que hacía aspavientos. Supuse paranoia. También un exceso de limpieza en la ciudad. Las jacarandas lucían espectaculares y el purpura de sus pétalos se extendían como tapete a mi paso.

Son ocho cuadras que camino mecánicamente, un par de veces por cada día. Comenzaba a esconderse el sol y la ciudad, límpida por la lluvia, me mostraba de todo lo que no había logrado entender.
Todo fue muy claro una cuadra antes de llegar. Ahí estaban, sentados en el sitio de comida chiapaneca. Ellos no hacían más que esperar. Esperarme. Noté que eran los mismos, los de cada día, un par de veces. No me quitaron la vista de encima y la mujer que se encontraba detrás del mostrador se encontraba al teléfono. Miré hacia atrás y el sujeto de la tintorería argentina no había colgado aun. Qué claro resulta todo con una lluvia que lo limpia todo.
Acelero el paso y para cuando abro la puerta del edificio, mi corazón late tan rápido que me hace falta oxígeno para alimentarlo. Subo las escaleras a trompicones. Entro al departamento y cierro con doble seguro. Me asomo por la rendija de una persiana: ahí están, justo en la esquina, mirando hacia mi departamento. Los presentes en el lugar de comida chiapaneca. Los de un par de veces al día. Los que ahora me observan.

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