6.6.09

Yuma

Inventario:

· Palo de Brasil

· Cargador de celular

· Sofá (funda)

· Periódico dominical

· Cargador de computadora.

· Edredón

(Todo esto, mordido, comido, estropeado, o víctima de un atentado de Yuma)

Lección uno: sobre la paciencia para sabuesos.

Yuma llegó a casa hace poco menos de un mes. Yo había imaginado la posibilidad de hacernos de un cachorro de bassethound. Quizá a Capicúa lo que le hacía falta era compañía. Eso fue un error. Lo que Capicúa quería en realidad probablemente no lo sepa nunca, pero la compañía no era una de sus necesidades, y por mucho.

Cuando nos la entregaron, era una cachorra taciturna. Podría decir que de temperamento melancólico, pero la mirada de esa clase de perros es así todo el tiempo. Sin embargo, su poca falta de curiosidad y su pereza me confortó pensando en la posibilidad de una crianza sin mayores contratiempos. Eso tampoco ha sido cierto.

C (confieso que mucho más que yo) se dio a la tarea de indagar un montón de técnicas que nos permitirían educarla ejemplarmente. No sé en qué estaba pensando (yo, claro) pero escuché con atención y en ningún momento leyó alguna fórmula que diera lugar a un milagro. De hecho, prácticamente en todos los sitios lo primero que se exige es paciencia. Nunca pensé que era necesario un Job para educarla.

Lección 2: the loud you bark, the more you rule.

Cumplió los dos meses hace una semana. La llevamos al veterinario junto con Capicúa para vacunarlas y realizarles un chequeo de rutina. Durante la consulta me descubrí como un sujeto amargado. Quejándome con la doctora. Quejándome de las perras. Quejándome.

Me di a la tarea de investigar. Lo único que recuerdo sin problemas se remite a la organización primitiva de los perros en jaurías. Un macho alfa. Es lo único que recuerdo.

Yuma se ha vuelto un pain in the ass para Capicúa. Capi es un maldito pan, es el Job que necesitábamos. Pero he decidido poner orden. En la jauría yo soy el macho alfa. Cuando lo pienso o lo pronuncio el instinto me hincha el pecho. Soy el macho alfa y en mi territorio debe haber orden.

Cuando Yuma se convierte en ese dolor en el culo de Capicúa (y eventualmente en cualquier culo que esté en el departamento), ladro. Al inicio fue todo desconcierto y de inmediato un reto: un juego de réplicas. Una retahíla de ladridos entre Yuma y yo (la más desconcertada aquí es Capicúa, ya que C se limita o a mirarme atenta o de plano a cagarse de la risa). Pero después de unos días pareció dar resultados.

Yuma sigue siendo un dolor de cabeza. Pero cuando ladro ya me pone atención.

Lección 3: la serenidad, como las infecciones de destrucción masiva, se puede transmitir sin necesidad de ser portador.

Debido a la poca intelectualización del problema, y la constante reacción instintiva de los ladridos, decidí ecualizar la estrategia. Y en cierto modo funciona. Omnamatshivaya.

El mantra quizá ni siquiera lo atiendan, pero en cuanto me detengo solo a observarlas tras mi llegada al departamento. Las perras se detienen por un instante. Ponen atención y al final (y casi siempre brevemente) calman. Aún si sólo finjo.


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